domingo, 5 de mayo de 2013

“La Puerta” introducción al suspenso para pensar …


Carl Rogers y H. Jerome  Freiberg, en “Libertad y creatividad en la educación”
 nos introducen a los nuevos desafíos con el siguiente texto:

Más de una maestra, durante toda su formación y experiencia profesional, se ha ido condicionando para considerarse experta, transmisora de información, guardiana del orden, evaluadora de los resultados, examinadora y, por último, la que dictamina respecto de esa meta de toda «educación» que es la calificación. Cree a pie juntillas que podría resultar aniquilada si se permitiese aparecer como el ser humano que realmente es. Sabe que no es tan docta como parece, que como disertante y transmisora de información tiene sus días buenos y sus días malos y que a veces incluso merecería una mala nota si se mostrara tal cual es se le formularían reparos a los que no podría responder sino con un «¡Qué sé yo!». Se da cuenta de que, de establecer una plena intercomunicación con sus alumnos, habría algunos que llegarían a agradarle mucho y otros por los cuales sentiría verdadera antipatía. ¿Qué ocurriría en tal caso con su «objetividad» para calificar? Y lo que es peor todavía, suponiendo que alguno de los alumnos que ella realmente aprecia se desenvolviese mal en sus tareas, ¡en qué aprietos se vería! ¿Podría asignar una calificación baja a alguien a quien ella aprecia? Otro riesgo consiste en que, de existir una auténtica intercomunicación, podría haber alumnos lo bastante atrevidos como para decir que la clase les parece muy poco interesante y apenas relacionada con los asuntos que en realidad les importan. En síntesis, podría ser muy arriesgado permitir que los alumnos la conozcan como persona. E inclusive ese riesgo quizá fuese intrínseco para ella, puesto que se volvería vulnerable. Y hasta podría serle peligroso desde el punto de vista profesional, pues se ganaría la reputación de ser una maestra de pocos méritos, de prestar más atención a los alumnos que al programa del curso y de tener una clase ruidosa donde los alumnos parlotean en exceso.
De ahí que, tal vez como la mayoría de los profesores, prefiera andar sobre seguro y, en consecuencia, se sujete bien la máscara, no se aparte de su papel de experta, conserve su «objetividad» a toda costa y guarde la debida distancia entre ella–como la persona de más jerarquía dentro del aula–y los alumnos–en su papel subalterno–para de esa manera preservar su derecho a actuar como juez, como evaluadora y a veces como verdugo.
Más de un estudiante tiene también su afectación y a menudo su máscara es más impenetrable todavía que la del profesor. Si busca que se tenga buen concepto de él como alumno, asiste a clase con regularidad, mira sólo a la profesora y se afana por tomar apuntes. Poco importa que, mientras la mira tan atentamente, esté pensando en la cita del fin de semana o que, cuando baja la vista, sea para escribir alguna carta en el cuaderno o para pensar si acaso habrá llegado el cheque de su familia. A veces tiene realmente el deseo de aprender lo que aquélla está exponiendo, pero aun así su atención se desnaturaliza a causa de dos interrogantes: «¿Qué inclinaciones y preferencias tendrá la profesora en este asunto para que yo pueda adoptar el mismo criterio en mis trabajos escritos?» y «¿Qué será, de todo lo que está diciendo, lo que va a preguntar en el examen?». Si el estudiante formula preguntas, éstas llevan el doble propósito de exhibir sus propios conocimientos y abrir el consabido repertorio de interés e información que tiene el docente. No hace preguntas que puedan poner en aprietos o dejar al descubierto su ignorancia. No le importa lo que le parezcan el curso, el profesor ni sus condiscípulos. Tales opiniones se las guarda cuidadosamente para sí puesto que lo que quiere es aprobar el curso, tener buena reputación entre los profesores y dar así un paso adelante en pos del ansiado título que tantas puertas le abrirá cuando lo posea. Después podrá olvidar todo eso y empezar a vivir realmente.

Finalmente, nos dicen Espero que” … “haya abierto una puerta para que eche usted una ojeada a lo que se encuentra después de ella, puerta que conduce a ser enteramente vital en la clase y también a que sea usted mismo con más plenitud. Es probable que haya quienes quieran cerrar esa puerta, porque lo que se halla del otro lado les parece demasiado peligroso, demasiado emotivo, causa de excesivos temores, y porque los caminos que conducen a ello se presentan como muy inciertos y desconocidos. Otros tal vez quieran espiar cautelosamente e intenten dar algunos pasos a manera de ensayo. Y aún habrá otros que piensen: «Esto es lo que yo preciso», y que, por los ejemplos que hemos dado, consideren que pueden encararlo.”


2 comentarios:

  1. Hola Daniel, digo cómo veo esto...pensando en enseñar Matemática.

    Sin dudas, para mí.... el docente siempre "se muestra" como persona..."es persona", transmite valores, posiciones, contagia la pasión que siente por la Matemática, confía en el alumno en que podrá aprender...

    En Matemática es más lo que no sabemos que lo que sí sabemos...eso es "lo común", no debería asustarnos decir "no tengo idea", pensemos juntos!

    Los rasgos del profesor como persona y su forma de concebir la Matemática las va a transmitir... le brillarán los ojos cuando disfrute una clase, se emocionará entendiendo a sus alumnos... Irremediablemente humana la enseñanza....y menos mal que es así!

    Saludos
    Mabel

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  2. Gracias por el aporte, es muy interesante destacar los rasgos del docente y cómo hacer para que el alumno disfrute de su clase.

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