“La Puerta” introducción al suspenso para pensar …
Carl
Rogers y H. Jerome Freiberg, en “Libertad
y creatividad en la educación”
nos introducen a los nuevos desafíos con el
siguiente texto:
Más de una
maestra, durante toda su formación y experiencia profesional, se ha ido
condicionando para considerarse experta, transmisora de información, guardiana
del orden, evaluadora de los resultados, examinadora y, por último, la que
dictamina respecto de esa meta de toda «educación» que es la calificación. Cree a pie juntillas que
podría resultar aniquilada si se permitiese aparecer como el ser humano que realmente
es. Sabe que no es tan docta como parece, que como disertante y transmisora de
información tiene sus días buenos y sus días malos y que a veces incluso
merecería una mala nota si se mostrara tal cual es se le formularían reparos a
los que no podría responder sino con un «¡Qué sé yo!». Se da cuenta de que, de
establecer una plena intercomunicación con sus alumnos, habría algunos que
llegarían a agradarle mucho y otros por los cuales sentiría verdadera
antipatía. ¿Qué ocurriría en tal caso con su «objetividad» para calificar? Y lo
que es peor todavía, suponiendo que alguno de los alumnos que ella realmente
aprecia se desenvolviese mal en sus tareas, ¡en qué aprietos se vería! ¿Podría
asignar una calificación baja a alguien a quien ella aprecia? Otro riesgo
consiste en que, de existir una auténtica intercomunicación, podría haber
alumnos lo bastante atrevidos como para decir que la clase les parece muy poco
interesante y apenas relacionada con los asuntos que en realidad les importan.
En síntesis, podría ser muy arriesgado
permitir que los alumnos la conozcan como persona. E inclusive ese riesgo quizá
fuese intrínseco para ella, puesto que se volvería vulnerable. Y hasta podría
serle peligroso desde el punto de vista profesional, pues se ganaría la reputación
de ser una maestra de pocos méritos, de prestar más atención a los alumnos que
al programa del curso y de tener una clase ruidosa donde los alumnos parlotean
en exceso.
De ahí que,
tal vez como la mayoría de los profesores, prefiera andar sobre seguro y, en
consecuencia, se sujete bien la máscara, no se aparte de su papel de experta,
conserve su «objetividad» a toda costa y guarde la debida distancia entre
ella–como la persona de más jerarquía dentro del aula–y los alumnos–en su papel
subalterno–para de esa manera preservar su derecho a actuar como juez, como
evaluadora y a veces como verdugo.
Más de un
estudiante tiene también su afectación y a menudo su máscara es más
impenetrable todavía que la del profesor. Si busca que se tenga buen concepto
de él como alumno, asiste a clase con regularidad, mira sólo a la profesora y
se afana por tomar apuntes. Poco importa que, mientras la mira tan atentamente,
esté pensando en la cita del fin de semana o que, cuando baja la vista, sea
para escribir alguna carta en el cuaderno o para pensar si acaso habrá llegado
el cheque de su familia. A veces tiene realmente el deseo de aprender lo que
aquélla está exponiendo, pero aun así su atención se desnaturaliza a causa de
dos interrogantes: «¿Qué inclinaciones y preferencias tendrá la profesora en
este asunto para que yo pueda adoptar el mismo criterio en mis trabajos
escritos?» y «¿Qué será, de todo lo que está diciendo, lo que va a preguntar en
el examen?». Si el estudiante formula preguntas, éstas llevan el doble
propósito de exhibir sus propios conocimientos y abrir el consabido repertorio
de interés e información que tiene el docente. No hace preguntas que puedan
poner en aprietos o dejar al descubierto su ignorancia. No le importa lo que le
parezcan el curso, el profesor ni sus condiscípulos. Tales opiniones se las
guarda cuidadosamente para sí puesto que lo que quiere es aprobar el curso,
tener buena reputación entre los profesores y dar así un paso adelante en pos
del ansiado título que tantas puertas le abrirá cuando lo posea. Después podrá
olvidar todo eso y empezar a vivir realmente.
Finalmente, nos dicen “Espero que” … “haya abierto una puerta para que eche usted
una ojeada a lo que se encuentra después de ella, puerta que conduce a ser
enteramente vital en la clase y también a que sea usted mismo con más plenitud.
Es probable que haya quienes quieran cerrar esa puerta, porque lo que se halla
del otro lado les parece demasiado peligroso, demasiado emotivo, causa de
excesivos temores, y porque los caminos que conducen a ello se presentan como
muy inciertos y desconocidos. Otros tal vez quieran espiar cautelosamente e
intenten dar algunos pasos a manera de ensayo. Y aún habrá otros que piensen:
«Esto es lo que yo preciso», y que, por los ejemplos que hemos dado, consideren
que pueden encararlo.”
Hola Daniel, digo cómo veo esto...pensando en enseñar Matemática.
ResponderEliminarSin dudas, para mí.... el docente siempre "se muestra" como persona..."es persona", transmite valores, posiciones, contagia la pasión que siente por la Matemática, confía en el alumno en que podrá aprender...
En Matemática es más lo que no sabemos que lo que sí sabemos...eso es "lo común", no debería asustarnos decir "no tengo idea", pensemos juntos!
Los rasgos del profesor como persona y su forma de concebir la Matemática las va a transmitir... le brillarán los ojos cuando disfrute una clase, se emocionará entendiendo a sus alumnos... Irremediablemente humana la enseñanza....y menos mal que es así!
Saludos
Mabel
Gracias por el aporte, es muy interesante destacar los rasgos del docente y cómo hacer para que el alumno disfrute de su clase.
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